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Esa mañana de viento y sol de julio, Belén llamó a su papá y a mí y nos tomó de las manos, respirando con con el hilo de aire que le quedaba, me dijo: –Mamita, hay un doctor vestido de blanco frente a mí que me extiende sus brazos y me llama.
Un nudo en la garganta no me dejaba hablar y sosteniendo mis ojos muy abiertos para que al parpadear no bajaran las lágrimas, le pregunté: –Y que te dice nena. –Dice que vaya con él.
En segundos toda su vida, pasó frente a mí. El día feliz que nos conocimos por primera vez, sus ojitos chinos y cachetes redondos, su primeros pasos, su alegría, sus travesuras, su enfermedad, su dolor y su cuerpo cansado, todo pasó tan rápido pero con el tiempo suficiente para entender que debía dejarla ir, y que si no le daba “permiso” como cuando le dejaba saltar sobre la cama como una rana, ella no querría ir con el doctor vestido de blanco. Apreté su pequeña mano, que parecía un pajarito mojado entre las mías y le dije.
–Vé mi mujercita, él es el doctor más bueno de todos, el único que te puede curar.
–Y tú?
–Iré detrás de ti, con tu hermanito, mirándote todos los días en las flores, y todas las noches en las estrellas y seguiré cuidándote y amándote.
–Y, ¿tendremos nuestra casita y viajaremos los tres?
–Claro mi princesa, estaremos siempre juntos los tres.
–Mamita, no te olvides de traer mis caballos…
Y un suspiro delgadito dibujó una sonrisa de paz y tanto, tanto amor.
Lo que pasó después, no recuerdo bien. Aún tengo algunas lagunas: grandes, oscuras, pequeñas, profundas. No recuerdo bien su velorio ni su entierro y son dos palabras que aún no me gusta pronunciar.
Sentí un dolor mucho más intenso que cuando le dí a luz, venía desde adentro; me dolía el cuerpo y sentí que mi alma se rompió también. Sentí una serie de emociones enteras, redondas e incomprensibles. Pero a partir de ahí, estos 14 años he tenido revelaciones, he encontrado respuestas, he hallado caminos.

©Guido Chaves
El primer año hice un viajecito corto con mi hijo Isaac pues necesitaba reencontrarme con él y empezar una relación nueva, amorosa y sana. Mi Belén se convirtió en la mariposa gigante de mil colores (como dice el cuento de La princesa Caballero) que nos sube en sus alas para ir a todas partes “juntos los tres” como se lo prometí.
Me he ido reconstruyendo y encontrando nuevos significados en un proceso largo y doloroso pero lleno de oportunidades y aprendizajes que ahora me hacen sentir capaz de acompañar a otros en sus caminos.
Este 2 noviembre, día de todos los muertos, habrá paz en mi corazón. Lo digo con certeza, lo digo feliz, aunque sigue doliendo, a veces más que nunca porque el tiempo solo es una manera de hechar de menos su presencia y extrañarla cada mañana; pero también es abrir los ojos al cielo y agradecer todo lo que tengo. Es respirar paz y abrazar lo vivido con amor. He sanado desde el corazón, porque me he reconciliado conmigo mismo, me he liberado y me he enorgullecido de lo que he sido capaz de lograr. Y lo más importante, Isaac ha estado conmigo y ha sanado también. Somos felices con esa felicidad que solo el cielo da y es lo que deseo para ti, que has perdido un ser querido: que abrigues la esperanza que llegará ese día en que volverás a sonreír.
Gracias por estar aquí y por leerme. Te abrazo con todo mi corazón.
¡Que este 2 de noviembre puedas ver esa luz al final del camino!